viernes, 22 de abril de 2011

Edmundo López Bonilla: Las verdades de Perogrullo


LAS VERDADES DE PEROGRULLO

Los únicos interesados en cambiar
 el mundo son los pesimistas.
Porque los optimistas
están encantados con lo que hay.
José Saramago

Edmundo López Bonilla

A quien haya leído los artículos anteriores le parecerá raro que inicie hablando de literatura y más que cite a dos grandes: Lope de Vega y Miguel de Cervantes Saavedra. Según datos de la Vida de Cervantes (Jorge Ticknor,  impresa en Madrid en 1852) “Se ha hablado mucho de sus relaciones con Lope de Vega, y se han movido inútilmente cuestiones acerca de ellas. Lo cierto es que Cervantes ensalza con frecuencia al ídolo literario de su tiempo, y que Lope en tres ó cuatro ocasiones se digna bajar de su altura y cumplimentar a Cervantes; pero siempre con más economía y mesura que la que comúnmente empleaba en elogiar á hombres que sabían muchísimo menos”. A pesar de que el señor Ticknor más adelante dice que los sentimientos de Lope de Vega no eran movidos por la envidia, me aventuro a decir que dicho comportamiento habría sido alentado por el endiosamiento.
El viernes 15 de abril en la explanada de Bellas Artes (cuidad de México) y con motivo del Día Mundial del Libro que se festeja el día 23 de abril, se dio el espectáculo Ring de Palabras. Que es una estrategia novedosa para acercar los libros y sus autores a los lectores, hoy tan escasos, debo reconocerlo. Sin embargo, la orientación, la mercadotecnia de tal presentación, es la que me parece de intenciones torcidas por extender al terreno de las letras el ambiente de confrontación que corroe las tensas relaciones entre el pueblo raso y el aparato del poder. Las palabras, y no solamente porque lo dice Pablo Neruda: “…Tienen sombra, transparencia, peso…” El 15 de abril se aprovecharon las palabras, más que el escenario y los actores, para extender el ambiente enrarecido por la violencia y hacerlo pasar como cosa sin importancia, o en todo caso, darle a la palabra, visos de asimilación  con el juego de sinónimos de “batallas”, aparte de las connotaciones, con las que forzosamente se habría de confeccionar una nota: “Pelea, atacó, combatieron, confrontaron, muerte súbita”. Palabras que tienen resonancia y escritas y repetidas a la ligera se vuelven moneda corriente. Como para algunos medios la información sobre esta tragedia se reduce a informar de la contabilidad de muertes y soslayar las causas.
Pero los escritores, los lectores y los espectadores que participaron en esa lectura, de algún modo le hacen el caldo gordo a los promotores de esta desgracia nacional: los criminales de Estado y los delincuentes. Por su contundencia, los escritores participantes en el Ring de Palabras resultaron “Campeones o Campeonas”. A mi modo de ver como vencedores, metafóricamente pusieron la planta del pie sobre el derrotado. Acto que aun en el terreno de la metáfora, entraña violencia.
Los poetas que se “enfrentan”, creo yo, han sepultado el fin primero de la literatura: la comunicación, compartir los textos con generosidad. Han transformado la función de decir, de hacer exorcismo a nuestros demonios por medio de la palabra, y a veces desnudar el alma, en un torneo manejado por “puntos” como el esquema de competición futbolera, donde priva el mejor. ¿Será esto sinónimo de egoísmo puro, generador de envidia? ¿Se parecerá este orgullo al de Lope de Vega tan endiosado en su fama que ninguneaba a Cervantes? ¿Y si mal consideraba de este modo a Cervantes que ya tenía cierto prestigio; qué habrá dicho —si los llegaba a tomar en cuenta—, de los que gastaban el ingenio sin el aliciente del reconocimiento. El escribidor de estos renglones sabe que los temas que trata la literatura están ahítos de  violencia, de egoísmo: en fin, de bajas pasiones, sin  embargo también es plena en pensamientos sublimes, porque su naturaleza es humana; que sin ese retrato de nuestras pasiones la literatura resulta evasiva, insulsa.
Pero una cosa es el reconocimiento de la materia primordial y otra su explotación. Los organizadores de Ring de Palabras aducen que de ese modo promueven la creación y “la formación de lectores”. Líneas arriba reconocí que como estrategia es buena, mas es desafortunada en el momento actual. Hoy cada acción que incite a la violencia —la palabra “ring” concita violencia: no la violencia ficticia de la lucha libre que es como la mala literatura hecha de artificio y enseña ese recurso; sino la del boxeo, donde ese artificio no es posible porque mueve tan violentamente las emociones que los espectadores repudian ruidosamente en la exigencia de la rudeza auténtica— es asidero para un sistema político que ha hecho de la confrontación, del engañó y del uso de la fuerza su razón para persistir.  
El mismo orden de razonamientos, domingo 17 por la mañana, escuché al Valedor: mote del que Tomás Mojarro se siente ufano. El originario de Juchipila, Zacatecas: el Valedor que no tiene pelos en la lengua, dijo que antes había expresado que después de la lectura de unas piezas de Javier Sicilia, llegó a la conclusión de que el aludido no es poeta; y como contestación a un reclamo de un oyente, lo hizo con una pregunta: “¿Si usted no ha recibido un premio por ser varón; no es usted varón? Esto porque el interlocutor decía que Javier Sicilia es poeta, porque recibió el Premio Aguascalientes de Poesía. Tomás Mojarro o el Valedor, como basándose quizá en la raíz de la palabra — poesis: creación, construcción—, considera que al creador, y por lo tanto, al poeta— lo hacen sus creaciones y no los premios. Ahí la dejo, si algún malentendido hay entre las dos personas, será cosa de ellos. Y eso no va en mengua del trabajo de ambos y el respeto que merecen por ello. Ni en la solidaridad ante el padre desolado.

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El 17 de abril las noticias no dicen que se capturó a Omar Martín Estrada de Luna El Kilo y se asienta que esta persona es el autor material de los 72 centroamericanos asesinados en agosto de 2010 en San Fernando, Tamaulipas, como resultado de la oferta de 15 millones de pesos que hizo la Procuraduría General de la República; se le inculpa también de las llamadas “narcofosas”, donde hasta el día 17, se habían hallado 145 cadáveres. En la misma fecha también se informa que la Marina sigue la búsqueda de: Salvador Alfonso Martínez Escobedo La Ardilla, líder del grupo y Ramón Ricardo Palomo Rincones, jefe de plaza de San Fernando: los tres miembros destacados de los zetas.
Tanta precisión en los datos causa asombro. Cómo es que antes nada se sabía de estas personas en esa región y de pronto —como sucedía con el dedazo— nos enterábamos del “currículo” del elegido, y hoy del mismo modo nos enteramos del hacer de los delincuentes. Puede ser que los 15 millones de pesos hayan hecho el milagro. Pero casi se podría afirmar que nadie en México y en el extranjero, ignora que el cártel de los zetas, está formado por soldados desertores del ejército y se dice que estos soldados que abandonaron su bandera, son miembros de la elite militar —se supone que asistieron a los cursos que a miembros del ejército de varios países de América Latina dan los Estados Unidos, en escuelas especializadas en instrucción antiterrorista—. Según la nota de Jorge Alejandro Medellín, publicada por Proceso No. 1797/ 19 de abril de 2011: “Los datos sobre el adiestramiento de los militares mexicanos en Estados Unidos son públicos y se tomaron, vía Internet, del Instituto para la Cooperación en Seguridad del Hemisferio Occidental (Whinsec, por su acrónimo en ingles)” (…) “De acuerdo con el Whinsec, en 2009 fueron 716 (444 del Ejército y el resto de la Marina y la Secretaría de Seguridad Pública) los efectivos mexicanos enviados a Estados Unidos para cursar alguna de las 90 especialidades del Programa de Educación y Entrenamiento Militar Internacional (IMET, por su siglas en inglés) con que el Pentágono capacita en diversas especialidades a tropas de países  latinoamericanos”.
¿Pero por qué tuvieron que descubrirse las fosas repletas de cadáveres, para actuar? ¿Por qué si se sabía que Omar Martín Estrada de Luna era el asesino de los 72 emigrantes centroamericanos, no se le buscó desde entonces? Cuando nos comunican de algún hecho de esta índole, nos dicen también que la,  o las matanzas, se debieron a que los secuestrados no quisieron o no pudieron pagar el rescate, otras ocasiones la justificación que se alude, es que las víctimas no quisieron formar parte del cártel. En esta última hipótesis, me permito hacer otra pregunta: ¿Para qué quiere una tropa entrenada a la alta escuela tantos miembros sin entrenamiento especial, completamente bisoños, que en una emergencia solamente son un estorbo? Quien no esté convencido de esta proposición, únicamente debe indagar, por qué hubo tantos muertos entre los soldados federales reclutados por la leva en los inicios de la Revolución mexicana.
Por sentido común, tener 72 personas en un momento dado, resulta embarazoso para cualquier estrategia, sin llegar a asuntos relacionados con la logística. Pero si los secuestrados no quieren o no pueden pagar el rescate. Pienso, de todas maneras resultan un capital. La dificultad estriba en quién pague. Hoy y desde hace tiempo los gobiernos de los Estados Unidos y de México, se supone, están preocupados por la ola de personas que se echan al peligroso camino que los ha de llevar al país del dólar; y no solamente los gobiernos, así estos sean federales o estatales —la muestra es la Ley Arizona, el grupo de los Minutemen que no ocultan el móvil de sus acciones y los movimientos racistas que florecen en la Unión Americana—. Ahí queda la suposición.
He de insistir en: ¿Por qué hasta ahora las autoridades actuaron y por qué son tan puntillosas en informar de los nombres y los cargos que esas personas tienen en el cártel de los zetas? ¿Se tenía esa información? Y si así fue, ¿por qué no llegar a las detenciones, antes de que el número de asesinados aumentara? ¿Por qué?...
Finalmente, ahora resulta que apaleado el avispero, quien por imprevisión, cálculo político, ganas de matar o por endiosamiento, le aconseja a quienes le piden que cese el derramamiento de sangre, que les reclame a las avispas.

20-21 de abril de 2011

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